20 de agosto de 2022
Hoy volví al lugar de hace una década. Subí la pequeña loma que separaba el encanto de la visión del pasado y allí esperaban, lo único que ahora pueden hacer, las ruinas que marcan lo que una vez fueron y ya no pueden volver a ser.
El camino seguía hacia el hueco dejado por el árbol que una vez fue segundo hogar. Ni el árbol ni nosotros estamos ya, pero sí los conejos. Nunca había visto conejos aquí y ahora hay decenas. Aunque pueda verlos de lejos me es imposible no espantarlos con mi urbanita torpeza.
Cada uno de nosotros vinimos, hicimos, quemamos, nos fuimos y dejaremos de ser, igual que cada conejo estará y hará. Pero tras todo eso los conejos seguirán.
Recuerdo las visiones que me dio este entonces-árbol. Sus hojas se convirtieron en la cúpula una catedral de brillante vidrio verde, mostrando la unión de su naturaleza y la nuestra. Los huecos entre sus ramas fueron puertas a otros posibles mundos, mostrando el potencial de esta unión.
La catedral ardió. Las visiones se fueron. Los conejos seguirán.