En Tierras Lejanas

Esta historia fue publicada originalmente aquí.

Para mantener la estructura original, cada tuit está separado en su propio párrafo y después de cada grupo de tuits se muestran los resultados de la encuesta con la que los lectores indicaron cómo debía seguir la historia.

Viernes, 5 de Febrero de 2016

Nada queda ya de los días felices, pues mi pasado ha ardido. Ahora soy un esclavo.

He sido llevado a través del mar de los cardúmenes, junto a muchos otros como yo. Todos iguales: los mismos harapos ,las mismas cadenas,

los mismos trabajos interminables. Lo único que nos diferencia son las marcas que deja el látigo en nuestras espaldas.

Ahora piso los adoquines de una calle secundaria hacia uno de sus enormes templos, construido en nombre de quién sabe qué oscura deidad.

Varios soldados nos escoltan a mí y a otros tantos, a los que estoy encadenado, formando una larga fila.

Ya sea para purificarnos ante sus ojos antes de asignarnos a un amo o para sacrificarnos a sus dioses, no puedo decidir qué destino es peor.

Bajo una de las rejillas que sirven como desagüe veo a alguien hacerme una seña. Parece querer que me acerque.

Domingo, 7 de Febrero de 2016

¿Una mano amiga? No hay mucho más a lo que aferrarme. Intento desviarme de la fila de esclavos, tratando de que los soldados no se percaten.

Por supuesto, uno de ellos nota algo extraño y avisa al resto. Varios de ellos se acercan a mí y me rodean.

De pronto, personas armadas salen de los callejones y saltan sobre los soldados aprovechando que estaban despistados conmigo.

Rápidamente ahogan sus gritos y nos ordenan que permanezcamos en silencio. Nos hacen entrar en una casa cercana y descender

por unas escaleras ocultas que parecen no terminar nunca, hasta que entramos en una gran sala a través de un desigual agujero en la pared.

Esperamos, sin saber qué. La cambiante luz de las antorchas sobre nuestros cuerpos provoca extrañas sombras en las paredes de piedra.

Ninguno de nosotros ha dicho nada aún. Wilbur está detrás de mí: nos conocimos durante el viaje y nos hemos llevado bien desde el principio.

Como si hubiera habido alternativa, en nuestro estado. Su corto pelo blanco y sus rasgos redondeados le dan el aspecto de un anciano afable.

Solía sonreír todo el tiempo, pero ahora su rostro es indescibrable. “No nos daría por salvados tan pronto”, me dice.

Unas puertas de madera se abren y por ellas entra una mujer fornida con una armadura ligera de cuero negro y un pañuelo escarlata al cuello.

“Escuchadme bien”, comienza. “Sois libres. A partir de ahora, trabajaréis para nosotros, que no es sino trabajar para vosotros mismos.

Ayer érais esclavos, hoy sois personas, y mañana seréis dioses junto a nosotros. Que el Sol sea vuestro corazón y sus rayos vuestra furia.”

Toma la llave de las cadenas, que uno de sus compañeros obtuvo del cadáver de uno de nuestros captores, y empieza a desencadenarnos.

Mientras trabaja en mi cerrojo puedo verla de cerca. Una cicatriz en el pómulo izquierdo, y ojos más oscuros que la noche.

Además, lleva en su pecho un sello rojo y negro: en él hay representado un puño atrapando el Sol.

Tras ella, todos van atravesando las puertas de madera hacia el resto de la guarida. Wilbur pone su mano en mi hombro y nos quedamos detrás,

mientras me susurra: “¿Seguro que quieres ir? No sabemos quiénes son, y mis viejos huesos están empezando a doler. Y eso no es buena señal.”

Apunta con la mirada al único extraño que queda en la sala, esperando detrás de nosotros a que sigamos a los demás.

“Tal vez podamos encargarnos de este tipo y huir.” Wilbur ha sido muy amable conmigo, pero ¿estaré mejor con él?

Martes, 9 de Febrero de 2016

Lo mejor será que escapemos. Un cambio de dueños no importa si seguimos siendo esclavos.

Nos volvemos hacia el vigilante, con actitud tranquila, y le atacamos por sorpresa, dejándole inconsciente.

Rápidamente nos dirigimos al hueco en la pared por el que entramos en la sala y empezamos a subir las escaleras.

Llegamos a la parte superior. La escalera está oculta en el suelo de la casa por una losa de piedra, y moverla requeriría un gran esfuerzo.

Lo que está claro es que, sean quienes sean quienes nos liberaron, no quieren que la guardia de la ciudad los descubra.

Al otro lado de la losa, en la planta baja de la casa, se oyen pasos de botas metálicas.

¿Quizá estén intentando descubrir dónde estamos los prisioneros? Es lo más probable. No debe de ser agradable que sus esclavos desaparezcan.

Wilbur y yo nos miramos y asentimos: mejor esperamos a que se vayan. Probablemente no nos descubran, bajo la piedra.

Casi podemos disfrutar de un momento de tranquilidad: el primero en...
Bueno, en demasiado tiempo.

Pero nuestra calma dura poco. Nos llega un ruido que sube por la escalera: un ruido de pasos. Alguien está subiendo hacia nosotros.

Unos pocos escalones más abajo había un descansillo con una puerta. Podemos intentar escondernos tras ella, haya lo que haya al otro lado.

Pero ni siquiera sabemos si estará abierta. La otra posibilidad es mover la losa y enfrentarnos a quien sea que esté arriba.

Hagamos lo que hagamos, se nos acaba el tiempo.

Jueves, 11 de Febrero de 2016

No podemos volver ahí abajo. Lo mejor será levantar la piedra y seguir avanzando.

Entre los dos, y con todas nuestras fuerzas, conseguimos hacer la piedra ligeramente a un lado, apoyándola sobre el suelo de la casa.

Los ruidos de botas de arriba se detienen y aún no hay hueco suficiente para que crucemos.

Antes de que sigamos empujando, la piedra se mueve. La están apartando desde el otro lado.

Dos soldados nos miran desde el final de la escalera.

¿Qué hacemos ahora? No podemos huir hacia abajo, ni tampoco podemos subir. Esto no pinta nada bien.

Vale. Nos han atrapado.

Intentamos resistirnos, pero nos agarran y nos ponen de rodillas en el suelo. Que lleven espadas no motiva mucho a intentar pelear.

Comienzan a interrogarnos. “¿Quiénes os secuestraron? ¿Donde están? ¡Contestad!” Tiene gracia que ellos pregunten eso.

No tiene tanta gracia cuando empiezan a golpear a Wilbur.

No tenemos por qué proteger a los de abajo, pero tampoco queremos ayudar a estos. Aún así, no merece la pena morir aquí.

Pero ahí están, llegando de abajo: más pasos.

Se oye la voz de la mujer que nos liberó: “¡Matad a esos dos y tapad la entrada! ¡Rápido!”

De pronto, toda la sala empieza a oscurecerse. Pero no se trata de la luz disminuyendo tenuemente:

es como si la oscuridad devorara todas las superficies, extendiéndose como una masa negra, cubriéndolo todo. ¿Qué es esto? ¿Magia?

Lo único que puedo ver en la oscuridad es lo que hay fuera de la casa, tras la puerta abierta, iluminado por la tenue luz de la noche.

Me acerco a Wilbur (“¡Vámonos!”), me levanto y corro. Contra la luz de la puerta se recortan siluetas negras, bailando una danza mortal.

Una de ellas cae hacia atrás: salto por encima y sigo corriendo. No hay tiempo para pensar en esta locura.

Consigo atravesar la puerta y miro atrás, pero no veo nada más que negrura, y sigo huyendo mientras dentro suenan gritos y acero golpeando.

Varios soldados salen de otras casas. Nos estaban buscando por todos lados. Corro y corro a través de los callejones,

hasta que al final de una calle veo una mancha verde: es una pequeña foresta. ¡Podré esconderme ahí!

Aplasto la maleza con mis pies y cruzo a través de los árboles hasta que siento que no podrán encontrarme.

Me apoyo contra un árbol, respirando rápidamente, y acabo resbalando y sentándome sobre la hierba, dándome cuenta de mi enorme cansancio.

Ruidos entre los árboles me despiertan. Alguien merodea cerca de mí.

Intento acercarme a la fuente del sonido sin que se me pueda ver: es Wilbur. No parece que nadie le siga, así que le saludo.

“¡Por fin te encuentro! No te culpo por haberme dejado atrás, yo habría hecho lo mismo. Pero conseguí seguirte y ver por dónde huías.

El bosque no me pareció muy acogedor, así que deambulé por las afueras y encontré un pequeño templo donde ayudan a los mendigos.

Pasé la noche allí y salí a buscarte. Parece lo mejor que tenemos ahora mismo. Qué me dices?”

Sábado, 13 de Febrero de 2016

No pienso seguir aquí más tiempo.

Wilbur prefiere quedarse. Nos despedimos y nos deseamos la mejor de las suertes.

Este pequeño bosque está dentro de la ciudad, pero supongo que si sigo avanzando conseguiré salir de ella, así que me pongo en marcha.

Tras salir de entre los árboles, sólo quedan ya unas pocas casas desperdigadas tras las que se divisa una gran llanura. Hay niños corriendo

de acá para allá y ancianos sentados a la sombra de sus casas. Es un día caluroso. Por suerte, nadie hace mucho caso de mi sucísimo aspecto.

En una pequeña plaza puedo ver algunos puestos de comida y ropa, entre los que deambulan no demasiadas personas.

Comida.

Uno de los puestos está repleto de hogazas de pan recién horneado. Mientras el dependiente está entretenido con un cliente,

consigo hacerme con un bollo y esconderlo entre mis harapos. Por suerte, el guardia apostado a un lado de la plaza no está demasiado atento.

Hora de irse.

Un camino sale de la ciudad no lejos de aquí. A lo lejos se adivina la silueta de una carreta que se aleja de la ciudad.

Si sigo esta carretera probablemente llegue a algún pueblo cercano. Sin embargo, quizá seguir las rutas establecidas no sea la mejor opción.

A lo lejos, en la llanura, hay una gran colina desde donde podría tener una buena vista de la región.

Lunes, 15 de Febrero de 2016

Hay una buena caminata, pero será mejor alejarse de las rutas transitadas. Mi libertad es lo único que me queda. Eso, y un mendrugo de pan.

El Sol ha pasado hace unas horas por el cénit, pero una luz intensa baña los escasos árboles de la llanura y su ocre tierra.

Las nubes se han teñido de naranja para cuando alcanzo mi destino, y destacan sobre un oscuro cielo azul.

Delante de mí, tras una extensión de tierra similar a la que acabo de recorrer, el mar. Sus olas me reconfortan.

Ese mismo mar ha sido testigo de todo lo que he perdido, y será testigo de mi nueva vida. Respiro profundamente y me lleno de determinación.

En la costa hay un asentamiento de casas de madera, con un pequeño puerto en el que reposan varios barcos pesqueros.

Volviéndome, puedo ver la ciudad que abandono.

Un gran río la divide en dos en su camino al océano, y varias manchas de vegetación salpican el entramado de edificios de mármol.

Casi parece bonita desde aquí. Por mí puede perderse en una tormenta de polvo.

Por el camino que decidí no tomar, un grupo de soldados marcha hacia la ciudad. Sin embargo, desde aquí no puedo ver de dónde vienen.

La noche se me echa encima, así que será mejor que me acerque al poblado. Mientras desciendo veo una gran grieta que penetra en la colina.

Probablemente no merezca la pena investigarla, pero...

Viernes, 19 de Febrero de 2016

La entrada es lo suficientemente grande como para pasar sin problemas. Unos metros más a la derecha el pasadizo desciende.

Tras un par de giros empiezo a oír risas. En la pared frente a la próxima curva se proyecta una luz que parece causada por una hoguera.

En una zona más amplia hay unas doce personas sentadas en círculo alrededor de las llamas.

Por encima de las demás, sobre una roca, hay un hombre de barba rojiza y pecho descubierto lleno de tatuajes. Acaba de verme. “¡Cogedle!”

Los demás no tardan en salir detrás de mí. Corro al máximo y cuando veo la salida de la cueva siento que me agarran y me empujan al suelo.

Tras el golpe, me atan las manos y me llevan a la zona donde estaban. Me dejan frente al tipo de los tatuajes, que parece el líder.

“¿Quién eres? ¿Cómo nos has encontrado?”

Les cuento que era un esclavo y me fugué. No parecen muy convencidos de que eso sea posible.

Les intento hacer ver que no tengo absolutamente nada y estoy buscando algún sitio donde poder vivir.

“Si eso es verdad, creo que puedo darte un trabajo. Ya me lo agradecerás luego. Mañana asaltaremos una aldea cercana

y no nos vendría mal alguien más para cargar el botín, ¿qué me dices? Tengo eso, u ofrecerte un sitio donde caerte muerto.”

Seguramente sea el poblado al que me dirigía. No parezco tener muchas opciones.

Al menos puedo pasar la noche junto al fuego.

Charlo con algunos de los bandidos y me cuentan sus historias. No tienen las manos limpias, pero me son agradables. “¡Somos gente honrada!”

Cuando me despierto, lo primero que noto es lo helado que está el suelo. Casi todos están en pie y preparan el almuerzo o empaquetan cosas.

El jefe me hace una seña para que le acompañe y subimos a lo alto de la colina, desde donde admiré ayer el paisaje. La ciudad sigue igual.

“Mira eso. Ahí se sientan en sus sillones todos esos fantoches y piensan que el mundo es suyo, sin haber salido nunca de sus palacios.

Además, mis chicos necesitan un poco de diversión de vez en cuando para levantar la moral.

Y en este caso, en ese pueblo hay algo más importante que todo ello. Sólo quiero que sepas de qué lado tienes que ponerte.”

Mientras camino tras él para volver a la cueva, pienso en el ataque de esta noche.

¿Me quedaré junto a estos delincuentes, o intentaré huir si se da la ocasión?

Sábado, 12 de Marzo de 2016

Case la noche. Los bandidos, encapuchados, se preparan para salir hacia el poblado. Aún no se fían de mí como para confiarme un arma,

pero les acompañaré para cargar las ganancias. Supongo que, si consigo ganarme su aprobación, al menos tendré una vida.

Atravesamos las primeras casas poco después de que las últimas luces se apaguen.

El aroma del mar cubre el aire, y nuestras ligeras pisadas no consiguen romper el silencio.

Nos dividimos en dos grupos: varios iremos a un almacén de alimentos y robaremos comida para unos días;

los demás, junto con el jefe tatuado, se dirigirán a un pequeño templo junto al mar, desconozco a qué.

Forzar la cerradura del almacén es muy fácil. Dentro hay multitud de cajas llenas de pescado en salazón, además de algunos sacos con frutas.

La idea es cargarlas hasta fuera del pueblo, donde tenemos preparadas un par de carretas.

Mientras elegimos qué llevarnos, gritos y golpes fuera. Metales chocando. Mis compañeros salen para averiguar qué pasa

y me dicen que me lleve las cajas que pueda. Les sigo mientras cargo el pescado, y las circunstancias fuera no parecen favorables.

Los bandidos están luchando contra varios soldados bien equipados. ¿Una patrulla en el pueblo?

El jefe tatuado blande un gran garrote, con el que consigue tumbar a un par de enemigos.

Lanza gritos de guerra mientras intenta alentar a sus seguidores, a los que no parece que les vaya bien contra tropas entrenadas.

Mira hacia mí. “¡Tú! ¡Llévate esto! ¡Espéranos fuera!” Lanza algo que aterriza con un ruido sordo sobre las cajas que llevo.

Parece una pequeña roca, pero no puedo distinguirlo bien. No es el momento de pensar con calma.

Toca escapar.

A un lado, en un porche, un soldado y un bandido luchan. El último lleva una antorcha, pero le es inútil contra el escudo del primero.

Desesperado, ha prendido fuego al techo. La piedra que llevo sobre las cajas empieza a vibrar.

Cada vez tiembla con más fuerza, y un brillo verde se filtra desde su interior por varias rendijas.

Viernes, 18 de Marzo de 2016

Las llamas se recortan contra la negrura imperante. El bandido se lanza contra el escudo del otro, y con movimientos desesperados

consigue tirarle al suelo. Aprieta la antorcha contra la cara de su enemigo como puede, mientras éste intenta zafarse y grita.

La piedra vibra con violencia y empieza a moverse hacia delante, y de pronto sale disparada directamente contra la cabeza del bandido.

Esto no es bueno. Me cuesta distinguir qué está sucediendo.

Una luz verde empieza a salir por sus ojos y todos los orificios de su cabeza, incluyendo el que ha hecho la piedra al entrar.

Él sigue consciente y parece muy confuso. Se gira. Me mira directamente a los ojos. Su rostro es puro terror.

“¡Mierda!” Alguien viene corriendo y salta al porche. Tira al suelo de un golpe al infeliz lleno de luces y le arranca la piedra del cráneo.

Es el jefe tatuado. Sale a toda velocidad y pasa a mi lado: “¡Escapa, imbécil!”. Un par de soldados doblan la esquina de la casa.

Me largo. Tiro las cajas y salgo corriendo detrás del jefe tatuado y del intenso brillo verde que lleva en su mano.

Corro detrás de él con todas mis fuerzas, golpeando la tierra, envuelto en la oscuridad, huyendo del fuego y los gritos, siguiendo la luz.

Corremos y corremos hasta que el pueblo es una mancha borrosa, y sólo quedan el silencio, y nuestros pulmones trabajando al máximo.

De pronto empiezo a caer, pero antes de tocar el suelo mi mente ya está en otro lugar.

Caigo, rodeado por reflejos de una infinidad de tonos. Son cristales minúsculos, en los que han encerrado todos los colores del mundo.

Me detengo a observar uno, y veo una llama en su interior, a lo lejos. La llama crece y crece hasta que el mismo cristal está ardiendo.

Todos los colores están en llamas, y yo mismo soy de fuego.

Ahora el fuego es verde. Caigo cada vez más rápido. Hacia la nada y la oscuridad... Hasta que golpeo el suelo.

Me levanto, aún en el sueño. Vuelvo a ser yo. Estoy en una enorme sala blanca, en la que no se ven ni suelo, ni paredes, ni techo.

Frente a mí hay cuatro pequeños pilares, y sobre cada uno reposa un objeto. Uno de ellos me pertenece.

Viernes, 29 de Abril de 2016

Me despierto rodeado por mis compañeros. Cinco rostros sucios y preocupados me preguntan si estoy bien.

Han debido de traerme a la cueva mientras estaba inconsciente, y parece que sólo ellos han sobrevivido.

La verdad es que me encuentro bien. Como un poco de pan duro, y entonces veo la extraña marca que ha aparecido en mi brazo izquierdo.

Una pequeña mancha oscura, como una quemadura, con forma de pergamino. No recuerdo habérmela hecho.

Me levanto y me acerco hasta el jefe tatuado, que está sentado en el suelo, observando la piedra que robó anoche.

Ahora que puedo observarla a la luz, parece una piedra normal. Ni rastro de la luz verde. Es redondeada y tiene una base plana,

sobre la que está apoyada en el suelo, como el caparazón de una tortuga, y tres grietas paralelas a lo largo de su parte superior.

“Al menos tenemos esto, ¿eh?”, me dice. “¿Qué es esa cosa?" “Ni idea. Supongo que algún tipo de arma: ya viste lo que le hace a la gente.

Pero no sé cómo se usa. Lo que sé es que alguien la quiere y paga bien por ella.”
Así que de eso iba la cosa. Un encargo de mercenarios.

“Has dormido como un cerdo, pero asegúrate de estar descansado. Mañana nos espera un largo camino. Toca ir a por la recompensa.”

En marcha. No hay tiempo que perder. Un viaje largo y en silencio, el silencio de quienes han visto el peor rostro del mundo.

En un paso por las montañas de Amethria, un portón se alza en la pared de roca. Hemos llegado.

El portón está abierto. Sentado junto a él hay un hombre harapiento y desarmado. ¿Un guardia? No hace ningún intento de impedirnos el paso.

Horadada en la piedra hay una gran sala oscura, y sólo cuando mis ojos se adaptan a la luz de las pocas antorchas veo las grandes columnas,

el trono de piedra al fondo, y el brillo de una montaña de oro tras él.

En las escaleras que suben al trono se intuyen, sentados, dos hombres más, con el mismo aire penoso que el anterior.

En el trono se acomoda un tercero, con una larga barba y un bastón de piedra gris en la mano, no mucho más limpio ni vestido que el resto.

“Comportaos. Recordad las historias”, advierte nuestro jefe.

Desconozco esas historias, pero a mí me parecen un puñado de locos desarmados. Sería fácil hacernos con su tesoro.