Una existencia sin forma, tamaño o posición oscila en el mar de líquidos, sustancias, choques e intercambios atómicos que es una neurona (una en concreto) componente de un cerebro entomológico.
Los élitros del coleóptero se despliegan, llevándole fuera de mi habitación, a través de la ventana, sobrevolando el prado, en 29 horas su caparazón será aplastado por un enorme e inconsciente pie y crujirá y se romperá y hará una masa aberrante e informe de vísceras y quitina, aleteando entre las corrientes de viento.
Bajo él, imperceptibles, un campo magnético y otro eléctrico, perpendiculares entre sí, oscilantes, viajando a velocidades incomprensibles para los órganos cognitivos racionales, nacidos de la caída energética de existencias sin forma, tamaño o posición, chocan contra una brizna de hierba. La parte de los mismos que no es captada por la fuente de verdor de la hoja rebotan sobre la misma y van a parar a un cráneo que viaja conectado a unos pies sin rumbo sobre un entramado de máquinas naturales.
El cráneo se dirige hacia una criatura amarilla, con enormes cuello y patas, protuberancias en la cabeza y de color azul. ¿Qué día es hoy?, pregunta el ser. Dado que años atrás, hacia el 709 ab urbe condita, un ser humano había alcanzado los títulos de cónsul vitalicio y Máximo Hacedor de Puentes, el cráneo respondió: cuatro de Julio.
Tras esto se percató de que no podía contar los dedos de sus manos, pues su realidad estaba formada por la superposición de múltiples realidades, y así dedujo que se encontraba en un sueño, disparando su consciencia y accediendo a un poder equiparable al de un preso cuya meta en la vida se encuentra dentro de las paredes que le encierran, por lo que alzó el vuelo y se dispuso a crear triángulos de siete lados.
Publicado el 29 de abril de 2016.