Nació en cuclillas, abrazando sus piernas, entre la hierba golpeada por el Sol. Se incorporó y miró a su alrededor. Verde, las siluetas de fuego de los árboles, la esquirla, madera y aire. El Sol. Mirara hacia donde mirara, el Sol grababa miodesopsias ardientes en su retina. Demasiada fuerza. Demasiada violencia en el amor del Sol. Caminó hacia la esquirla, tapando sus ojos del abrazo del Sol. El mundo se volvía azul por el brillo del Sol. Empezó a subir, rodeando la piedra, apretando sus pies contra los peldaños de viejos milenios. Arriba, miró directamente al Sol, a un metro de su cara, hundido en la tela de seda que lo separaba del mundo. Una suave curvatura en el tejido marcaba la sutilidad del peso del titán de fuego. Estiró el brazo para coger la fuerza que llenaba el mundo de verde y azul y aire y cuando rozó con sus dedos la tela, empezó a deshacerse, como la rotura de un pañuelo por una cerilla encendida. La Fuerza de Llamas pulverizó su mano y avanzó devorando su brazo hasta que carbonizó sus pensamientos, y el mundo dejó de ser.
Publicado el 1 de marzo de 2016.