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<title>Taamas --- El vuelo ocre</title>
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<h1>El vuelo ocre</h1>
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Humo y brasas crepitantes, y un océano de absoluta nada. Las llamas saltaron de la madera a su
sueño, y lo consumieron hasta que dejó de existir.
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Se incorporó. Sintió que tenía algo en sus manos. Se detuvo un tiempo para observar
las brillantes esferas que rotaban lentamente sobre sus palmas, y como una orden del día que
era, las introdujo en su pecho. La primera, determinación tan fría como el infierno de su mente.
La segunda, formada de resignación y un núcleo de melancolía, púrpura como el cielo.
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Se puso de pie frente al enorme espejo de su habitación y se observó con calma. Cuando su
reflejo se cansó de burlarse de su pasado y se largó frustrado, extendió las alas y atravesó
el cristal.
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Batió con fuerza sus extremidades, se elevó y se dejo caer, planeó sobre las llanuras, hechas de
arcilla roja y tiempo congelado. Jugó con el aire, con sus músculos y sus huesos, con el viento
y el silencio. Esos momentos tenían mucha más vida de la que podría desear.
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En su viaje sobrevoló ciudades en las que se comercia con pensamientos, aldeas donde
las ancianas embotellan sus sueños, océanos fabricados con los primeros pensamientos de
todos los seres. Descansó a la sombra de árboles que no son y probó frutos con sabor a
canciones robadas y virviriscencias. Observó muy abajo las legiones de carcumen, con yelmos de
sangre y filos de odio, recorriendo una senda de lentitud y silencio hacia los ebúrneos muros de
la Ciudad de las Luces.
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Del vacío en el firmamento que había acompañado su viaje surgió la esfera de llamas. La absorbió
con sus ojos, inmóvil, hasta que su cerebro se deshilachó, borboteó y ya no fue. Primero el
movimiento del cuello hacia atrás, luego la caída, y finalmente tierra, carne, huesos, crujidos,
vacío.
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Y allí, sobre las rocas y los eones, sobre todas las cosas y sobre la muerte, floreció.
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<p><i>Publicado el 30 de enero de 2016.</i></p>
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